¿Rodeado de quejicas? ¿Eres uno de ellos? Muchas son las personas que pierden su energía quejándose de todo, de lo importante y de las pequeñeces. No sufre solo quien lo escucha, sino quien lo hace. Porque las propias palabras que uno utiliza relacionadas con el hecho de que todo está mal o que nada funciona, deprimen.
Estarás conmigo en que escuchar todo el día las quejas de otros o las tuyas propias, contamina y aburre hasta al santo Job. No sé si te sentirás identificado con el quejica o con el que tiene que soportarlo. Tanto si estás en un bando como en el otro, estos consejos te ayudarán al cambio. Si disfrutas quejándote, no sigas leyendo este artículo.
- Busca otras formas más divertidas, serenas o creativas de sacar fuera lo que te molesta dentro. La queja es una, sí; pero, ¿has probado otras alternativas? Habla desde la serenidad, expón los hechos sin dramatismo o trata de buscar el lado cómico de lo que no depende de ti.
- Sé empático y considerado. ¿Has pensado si el que tienes enfrente puede estar peor que tú? Relativizar es una actividad que permite ver los problemas, y sobre todo el dramatismo, en perspectiva.
- Cuidado, la conducta quejica se contagia. Es grave, puedes salir tremendamente dañado y terminar escupiendo sapos y culebras, cuando antes eras una persona positiva y alegre. ¿Empiezan tu entorno, tus hijos, tu pareja, a quejarse por costumbre?
- Cuanto antes pares, mejor. A la conducta quejica le ocurre lo mismo que a cualquier otra conducta: cuanto más la entrenas, más habilidad desarrollas. Y llega un momento en el que solo hablas en términos de lo que no te gusta, de lo que te aburre, de las críticas, etc. Lo mismo ocurre para el que escucha. Si no quieres caer en el síndrome de Estocolmo y terminar identificándote con tu quejica, cuanto antes te distancies de ese discurso, mejor. Y si eres el quejica, cuanto antes cambies tu discurso, antes te lo agradecerá la humanidad.
- Hay una relación directa entre la queja y el estrés percibido. La persona que se queja no tiene un discurso basado en lo preciosas que son las flores. No, lo tiene basado en todo lo negativo, en las amenazas, en lo que no funciona, en sus rivales. Hablar sobre estos temas genera mal humor, tristeza y estrés. Y cuando sientes estas emociones, te metes en un bucle: te sientes mal, te quejas más, te sientes peor. Poco a poco vas saboteando tu salud y tu funcionamiento cognitivo. Lo mismo ocurre cuando escuchas, no solo cuando te quejas.
- Planéate un periodo sin queja. Puedes empezar por un día, una semana o un mes. Los jóvenes Thierry Blancpain y Pieter Pelgrims, hartos de tanta queja en la empresa, plantearon no hacerlo durante el mes de febrero. Y crearon esta idea tan chula: Complaint/Restaint. Al final, no lograron que durante el mes de febrero no hubiera una sola queja, pero sí percibieron que el ejercicio conseguía cambiar la dinámica de muchos y que la gente mejoraba su energía positiva.
- Practica el agradecimiento. El quejica pierde tanto tiempo en sus disgustos y sus batallas, que deja de percibir el bienestar que le rodea. Antes de acostarte, busca pequeñas cosas con las que sentirte agradecido, aunque te parezcan tonterías. Así podrás ir cambiando el foco de atención de lo negativo a lo positivo.
El psicólogo Jeffrey Lohr, que durante mucho tiempo ha estudiado sobre la queja y el desahogo, dice, metafóricamente hablando, que quejarse genera tanto destrozo y es tan incorrecto como tirarse un pedo en un espacio cerrado. Nunca se me hubiera ocurrido una idea tan particular, pero me parece muy gráfica para que no se nos olvide lo horroroso e incorrecto que puede ser estar todo el día quejándonos. No sé si lo cambiarás, pero igual te ríes un rato con este simbolismo antes de soltar la siguiente queja.
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