Si echas la vista atrás, ¿de cuántas cosas te arrepientes, cuántas decisiones equivocadas recuerdas, cuántas imprudencias cometiste? Y de todas ellas, ¿cuántas siguen siendo una piedra en tu mochila? Somos implacables con nosotros mismos. Odiamos defraudarnos. Cuando esto ocurre, la culpa, la tristeza y la debilidad nos invaden. A veces tanto, que somos incapaces de perdonarnos y seguir adelante. Pensamos que merecemos ser castigados, no disfrutar del presente ni del futuro, y nos convertimos en nuestros primeros boicoteadores.
Muchos de nuestros errores, muchos de los agravios que hemos cometido, el dolor que hayamos podido causar, involuntarios en su mayoría, no tienen vuelta atrás. No podemos corregirlo ni pidiendo perdón cien veces. Las emociones, tanto las que nos hacen sentir bien como las que nos hacen sentir mal, tienen un sentido evolutivo. Las sentimos por algo, porque nos hablan. Nos dan información, aunque raramente les dejamos un espacio para escucharlas. Solemos tratar de acallarlas para no sentirnos mal. La culpa y el remordimiento nos recuerdan los errores y los fracasos, pero ¿hasta cuándo hay que escucharlos? ¿Podemos decidir descansar de tanta flagelación, podemos perdonarnos? Sí, no hay otra. Porque vivir de las rentas de los errores no nos convierte en mejores personas, pero sí en personas derrumbadas y sin ilusiones.
¿Cómo puedes reconciliarte contigo mismo?
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Habla o escribe con honestidad y objetividad sobre lo que ocurrió. Significa darle forma a lo que pasó con sinceridad, no tal y como lo llevas interpretando y juzgando cada vez que lo recuerdas. No es lo mismo recordar pensando: “Soy una mala persona, no llamé a mi amiga cuando enfermó; podría fallarle a mucha más gente, no sé cómo sigo teniendo tantos amigos”, que escribir: “Cuando me enteré de la noticia de mi amiga, me quedé paralizada; no sabía qué decirle y no la llamé”.
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Deja de juzgarte y deja de generalizar. Que hayas cometido un error no significa que seas una persona horrorosa ni que vayas a repetir ese error durante toda tu vida. Deja de sacar conclusiones sobre tu persona.
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Si puedes, repara el daño. Una manera de sentirnos en paz con nosotros mismos es, además de pedir perdón, reparar el daño. Se trata de tener un detalle con la persona. Da igual el tiempo que hayas tardado en dar el paso. En ocasiones, ese perdón o el hecho de reparar el daño puede que llegue tarde para el otro, pero siempre será un alivio para ti. Imagina que fuiste de los que te reíste de algún compañero del colegio, o de los que tonteaste con alguna chica a la que hiciste daño. Nunca es tarde para llamar, pedir perdón y, si se tercia, tomarte un café con la persona y llevarle un ramo de flores, unos bombones o cualquier detalle.
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Si el otro no te perdona, acepta el error y perdónate tú. Sí, te equivocaste, como todo hijo de vecino. Todos nos equivocamos, pero rumiarlo no te aliviará. Ya has sufrido lo suficiente, ahora toca aceptarlo: “Me equivoqué y lo siento en el alma, pero tengo que cerrar esta carpeta”. Puedes realizar algún ritual que indique finito. Escribe en una hoja lo que te hace sentir mal, rómpelo en trocitos y tíralo a la basura. Dile adiós al error y deja entrar la paz.
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Recuerda que eres tu amigo. ¿Qué le dirías a tu amigo si estuviera pasando por una situación similar? ¿Lo hundirías con mensajes como los que te dices a ti mismo? No, porque respetas a tu amigo y porque no quieres que se sienta mal. Y porque sabes que, por mucho que lo critiques, no le estarías haciendo ningún bien. Tratarías de ser compasivo y amable con él. ¡Pues haz lo mismo contigo!
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Saca un aprendizaje positivo. Lo ocurrido no tiene vuelta atrás, ¿pero podrías anticipar o tener alguna estrategia que te permita actuar de otra manera si volviera a ocurrir? Sería bueno tener un diario o una libreta donde anotar estos aprendizajes que nos deja la vida.
No somos más felices ni aprendemos mejor cuando nos machacamos con el pasado. Todo lo contrario. La tristeza, la culpa y el remordimiento, al hacernos sentir fatal, solo pueden provocar que caigamos en la rabia, en hábitos de vida poco saludables, y que gestionemos nuestra vida desde el lado oscuro.