El mes de agosto es el mes de las vacaciones por excelencia. Cuando leemos o escuchamos la palabra vacaciones casi todos la asociamos a descanso, aficiones, comer con tiempo, desconectar del correo electrónico, estar con amigos, viajar, conocer cosas nuevas, levantarte tarde o practicar más deporte. Es decir, asociamos vacaciones con placer. Pero no todo el mundo vive las vacaciones de esta forma tan idílica. Estos días, para algunos, pueden ir asociados a factores estresantes.
Uno de los motivos por el que algunas personas no disfrutan sus días de descanso es la falta de rutina. Lo que para unos es muy atractivo, como es no tener planes, no tener horarios, no estar sujeto a nada, para otros es horrible. Sobre todo para los que tienen niños pequeños. Hay personas que adoran el orden, la organización y tener todo planificado. Y esto no es peor ni mejor que la anarquía y la flexibilidad de otros. Lo importante es tratar de coincidir con tu pareja para que tenga un valor parecido. Cuando se junta un anárquico carente de planes con uno completamente organizado y cuadriculado, pueden saltar chispas.
Otro estresor puede ser el hecho de compartir tus vacaciones con personas que no te agradan. Sería genial poder elegir el lugar idílico de vacaciones y las personas con las que decides pasarlas. Pero cuando vives en pareja y tienes hijos pueden surgir conflictos en cuanto a las visitas a los abuelos. Convivir con los suegros no es algo que todo el mundo lleve bien. Te sientes obligado a llevar su ritmo cuando te invitan a su casa o a estar pendiente de ellos si los invitas a la tuya. Y al final, ni desconectas ni descansas. Es cierto que hay casas de veraneo que son tan espaciosas y suegros y suegras tan maravillosos que eso permite que todo el mundo tenga su espacio o que se esté comodísimo con ellos. Pero no es lo más común.
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Puede también que montes un viaje con amigos y te des cuenta de que sois amigos maravillosos para salir de cañas, pero incompatibles para viajar. Y es que cuando viajas, tienes que conocer bien a las personas y tener gustos similares. Hay amigos que discuten por el restaurante donde comer, el museo que se visita o las excursiones que se hacen. Asegúrate de irte de viaje con gente que sea compatible contigo.
Un tercer motivo de malestar durante las vacaciones, y hablando de viajes, pueden ser los problemas con la organización del propio viaje o, mejor dicho, la desorganización. Cuando planeas con una agencia o contratas un viaje, muchas veces te la juegas. Durante un viaje hay muchos factores que pueden fallar: retraso en los viajes, que el hotel sea de peor calidad que la que pensabas que habías contratado o que te pongas enfermo. Cuanto más prevengas, mejor. Asegúrate de contratar con alguien de confianza. A veces lo low cost no sale tan low como aparenta. Trata de tener todo lo controlable bajo control.
Los días de descanso son eso, días de descanso. Cuando te toca limpiar, tener invitados, atender a los pequeños veinticuatro horas al día, terminas más reventado que cuando estás en el trabajo y los niños en la guardería. No siempre es fácil solucionar este punto cuando no se cuenta con ayuda o con organización y logística. A veces los abuelos pueden echar una manilla y la pareja consigue encontrar un hueco para ella; a veces los enanos se entretienen con algunos dibujos y dejan que sus padres duerman una horita más. Intenta facilitarte las cosas, no te compliques con comidas, no invites si no te apetece estar pendiente de gente en casa y educa a tus hijos en la autonomía para tener un poco de tiempo para ti y para tu pareja. Si tienes niños muy dependientes, que por su corta edad requieren todo el rato de ti, trata de turnarte con tu pareja para poder practicar tu deporte, dormir una siesta, leer un rato o tomar el sol tranquilo.
Un quinto elemento que puede hacer sentir mal a alguien que trata de disfrutar de sus vacaciones es no tener aficiones que le llenen y sentirse vacío en vacaciones. Es típico de los workalcoholics. Tanto te entregas a tu trabajo, tanto tiempo le dedicas, lo vives de una forma tan intensa, inviertes en él tantas horas a la semana, que dejas tu vida personal vacía de contenido. Cuando llegan las vacaciones, no tienes aficiones, no tienes intereses, no sabes qué hacer. Te dedicas a conectarte al móvil, a estar pendiente de qué pasa en la oficina, a mirar el correo electrónico, y te da miedo no estar atendiendo tus asuntos, pensando que nadie mejor que tú los puedes resolver. Te cuesta delegar y termina por convertirse en una obsesión. Sientes que el mundo profesional se paraliza si tú no estás. Y todo esto te lleva a verte como un bicho raro… y lo peor es que tu familia y amigos también te ven así. “¡Hay que ver! Eres incapaz de estar tranquilo y relajarte unos días en familia”.
Si conoces tus estresores vacacionales, anticípate y trata de ponerles remedio. Igual no todo es controlable, pero si te cogen por sorpresa un año más, volverás a tener un recuerdo tenso de los días de descanso.