La palabra resiliencia, a pesar de la dificultad para pronunciarla, está ahora en boca de todo el mundo. Todos deseamos ser resilientes. Esta virtud es la protagonista buena y compasiva de la historia de una derrota, de una caída o de una traición. La resiliencia cobra el papel de fuerte frente al de víctima, el de “poderío” frente al derrotismo, el papel heroico frente al del vencido. Y es que la resiliencia es la capacidad de venirnos arriba después de haber caído. En definitiva, superarse a pesar del golpe.
Ante la adversidad aprendemos de la experiencia, de lo que vemos en casa y en el colegio y de poco más. Así que aprender a manejarla y salir airosos de ella es algo que debemos entrenar. Como no siempre tenemos buenos maestros, la actitud de querer salir y de querer ganar serán tus aliados para empezar a entrenarte.
¿Cómo sueles reaccionar ante la adversidad?
- Te deprimes. Le das la espalda a la dificultad, piensas que no puede pasarte a ti, y no sales de ese bucle.
- Te pones nervioso. La ansiedad bloquea tu capacidad cognitiva, incluso te genera confusión. Impedirá que encuentres soluciones y mucho menos que tomes decisiones. Hará que percibas el problema como algo más tremendo de lo que es.
- La ignoras y la evitas. Ojos que no ven, corazón que no siente. Conozco gente que es incapaz de abrir una carta del banco o de Hacienda cuando espera malas noticias. Pero… no se puede solucionar lo que se desconoce. Este tipo de personas piensan que el orden de la vida se ordena solo, que cada cosa encajará en su sitio.
- Con victimismo. “No merezco este problema, yo soy una buena persona”. Es cierto, eres una buena persona. Pero las buenas personas también tienen baches, de los que son responsables o no, pero los tienen. Ser una buena persona puede llevarte a prestar dinero a alguien que luego no te lo devuelve. Y puede que ese dinero lo necesites de forma urgente. Te verás sin el dinero y con tus buenas intenciones. ¿Te merecías verte ahora en un apuro? No. Pero lamentarte sobre la falta de compromiso de tu amigo y tu generosidad solo te llevará a sufrir, pero no a buscar la solución que necesitas.
- Con enfado e ira. Sueles reaccionar así cuando percibes la injusticia de la vida, cuando piensas que es imposible que te esté ocurriendo a ti y cuando tu modus operandi es el de descontrolarte ante la adversidad. Las personas impulsivas, impacientes y estresadas suelen reaccionar con agresividad.
Las 5 primeras opciones nos dejan fuera de juego, limitan nuestra capacidad resolutiva e impiden protagonizar el momento. Las propuestas 6 y 7 pertenecen a los resilientes. Aquellos que aceptan el obstáculo, lo analizan y actúan. Son los que eligen no quedarse en el camino.
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- Analizas el problema. ¿Qué me ha pasado?, ¿qué se puede solucionar?, ¿cómo?, ¿con quién puedo contar?, ¿qué pasos he de dar?, ¿qué otros daños colaterales puedo sufrir? Lo que se analiza es la situación, no tu persona. No se trata de hacer juicios de valor, ni de machacarte para que aprendas. Solo se trata de aceptar lo ocurrido, invirtiendo la energía que queda en soluciones.
- Actúas. Para poder actuar de forma apropiada, necesitas serenarte y contemplar el obstáculo desde la distancia. Las personas que actúan se responsabilizan de sus problemas. Cuando actúas también aceptas, que es el primer paso para poder realizar cambios. Las personas somos muy reacias a cambiar algo que no aceptamos. Una vez hecho el análisis, se trata de actuar. Para poder actuar tienes que tener presente cómo has vencido a la adversidad en otro momento, cuáles son tus recursos.
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Y no pierdas la confianza. Las personas expuestas al dolor terminan por desanimarse y generalizar que todo el mundo es malo, que el mundo es inseguro y que la vida siempre te tiene preparada una de cal. Puede ser, pero de nada sirve anticiparnos.