Las conversaciones cotidianas son un universo maravilloso y poco explorado.
Pensémoslo un momento: desde que abrimos los ojos por la mañana hasta que volvemos a cerrarlos por la noche, nuestro día a día está pespunteado por una serie continua de conversaciones cotidianas.
Conversamos con nuestra familia, los compañeros de piso, los colegas del trabajo, los vecinos, las personas con quienes coincidimos en el gimnasio o el supermercado… Si lo pensamos bien, advertimos que toda nuestra vida emocional, social y profesional se sostiene a través de conversaciones. Nuestros diálogos nos representan, puesto que los demás se hacen una idea de nosotros a través de las palabras que intercambiamos con ellos.
¿Y cómo educar a nuestros hijos, cómo seducir, cómo construir una pareja o una amistad, cómo coordinarnos en el trabajo para cualquier proyecto, si no es a través una conversación?
Las conversaciones afectan a nuestra salud emocional y física
Sorprendentemente, a pesar de esta importancia crucial que los intercambios conversacionales tienen en nuestras vidas, hemos reflexionado muy poco sobre en qué consiste exactamente un diálogo y cómo podemos afrontar nuestras conversaciones diarias a fin de que sean lo más empáticas, eficaces y nutritivas posible.
Todos hemos tenido experiencia individual de conversaciones que nos han exasperado, nos han puesto a tres mil. Pero, complementariamente, todos hemos vivido también conversaciones que nos han sosegado, han calmado nuestra angustia, nos han devuelto el equilibrio. Pues bien: ahora tenemos pruebas empíricas que validan estas experiencias individuales, experimentos monitorizados que nos demuestran que algunas conversaciones tóxicas y estresantes modifican nuestros estados hormonales ya que aumentan nuestro nivel de cortisol en sangre. Y, por el contrario, percibimos que hay conversaciones que estimulan nuestro estado anímico y nos armonizan, porque liberan endorfinas, las hormonas antagonistas del cortisol.
Un juego conversacional para el confinamiento
Estos días extraños y extraordinarios de confinamiento que nos ha tocado vivir pueden ser un buen momento para comprobar la gran herramienta humana que constituye la conversación para mantener y mejorar nuestra estabilidad psíquica y emocional.
Os propongo un juego para intentar mejorar la calidad de nuestros intercambios conversacionales. Tomáoslo como una actividad divertida que podemos realizar con aquellas personas con quienes compartimos nuestro espacio y nuestro tiempo estos días. Podemos aprender mucho sobre los demás y sobre nosotros mismos.
El juego conversacional se compone de 5 fases a modo de videojuego: no iniciaremos una nueva fase hasta haber completado la anterior. Allá vamos:
1. La primera fase consiste en lo siguiente. Escojamos una de las comidas del día –preferiblemente la cena, por aquello de que el día ya ha transcurrido en buena medida– para reunirnos en torno a una actividad placentera. Esta fase exige cumplir un único requisito: que todos los que vivimos en casa estemos sentados alrededor de una mesa donde todos podamos ver cómodamente a los demás (o, bueno, quien prefiera cenar sobre una alfombra, pues estupendo también). “Fácil”, me diréis. Perfecto. Vamos a por la siguiente.
2. La segunda fase contiene un requisito bastante exigente para los tiempos que corren, y es que no puede haber ningún dispositivo electrónico a nuestro alrededor durante nuestra cena de encuentro conversacional cara a cara: fuera la televisión, fuera radios y fuera ordenadores, tablets y móviles.
Me adelanto por si alguien se siente tentado a decir “Bueno, pero yo el móvil lo voy a tener en silencio, y ya está”. No, no. Nada de móviles a la vista, aunque estén en modo avión. La razón de esta restricción, menos dramática de lo que pueda parecerle en un primer momento a alguno de los miembros más enganchados a las pantallas de nuestro grupo, es porque ya disponemos de trabajos empíricos de investigación que demuestran que cuando encima de la mesa hay un móvil, aunque sea en silencio, la mera presencia del aparato modifica la calidad de las conversaciones que se mantienen. Y eso sucede porque todos los reunidos, al ver un móvil, intuitivamente procesan que en cualquier momento puede vibrar, y que, de hacerlo, su propietario o propietaria abandonará momentáneamente su atención en la conversación común para focalizarla en el mensaje que le haya llegado. Esa expectativa de cortocircuito comunicativo probable e inminente induce a los interlocutores a “surfear” con atención flotante por la superficie de los temas, en lugar de profundizar en ellos.
Ya veis: ¡la simple presencia de un móvil, aunque sea silencioso, modifica el nivel de concentración de los participantes y mediatiza la conversación!
Por eso, si os dais cuenta, el reto de esta segunda fase consiste en ser muy conscientes de que el único foco de atención durante esta cena intergeneracional va a ser los alimentos y las palabras que vamos a compartir.
3. Superados con éxito los dos pasos anteriores (¡que no es poco!: ¡felicidades a todos!) la tercera fase consiste en comprobar que todo el mundo va a participar de manera activa en la conversación.
Si estáis en familia, los adultos podemos estar atentos por si uno de los niños (o uno de nosotros) está acaparando el turno de habla mucho más que el resto. Todos sabemos que en las familias y en los grupos hay personas más expansivas y otras, en cambio, más reservadas y de menos palabras. Y no se trata de obligar a nadie a hablar, claro está, pero sí de animar a todos a participar, prestando una atención sincera a lo que quieran decirnos los demás. Una buena disciplina que puede ayudarnos en este punto es obligarnos a mirar con naturalidad a la persona que está hablando en cada momento, evitando las huidas displicentes de nuestra mirada hacia el plato, el techo o la ventana.
El objetivo de esta tercera fase es advertir que una conversación equilibrada es un intercambio cooperativo en el que todo el mundo participa, no una reunión jerarquizada en la que uno habla mientras los demás se limitan a escuchar. Se trata, también, de recuperar el placer de mirar sincera, interesada y sosegadamente a quien nos está contando algo.
Propongamos un tema de conversación sobre el que todos tengamos algo que decir. Uno que funciona siempre muy bien es la invitación, formulada a todos los miembros de la casa, “Cuéntanos las dos mejores cosas que te han sucedido hoy”. Por supuesto, podemos abrir nuestra conversación también a la expresión de sentimientos de enfado o frustración: “¿Qué te ha pasado hoy que te gustaría cambiar si pudieras?” Y es importante escuchar atentamente a los demás, mirarlos con interés sincero mientras hablan y ser respetuosos con lo que cada uno de nosotros quiera expresar. La escucha atenta es uno de los mejores regalos que podemos hacerles a las personas que apreciamos.
4. En la cuarta fase avanzamos un poco más. Ahora que estamos seguros de que todos participamos en el juego conversacional, podemos observar si todos sabemos respetar que acabe su intervención quien está hablando, antes de que empiece a hablar la persona siguiente, o, si, por el contrario, uno de nosotros irrumpe en la conversación cuando todavía está hablando otra persona, es decir, la interrumpe. Este es uno de los grandes aprendizajes que podemos brindar a nuestros niños: “Espera, espera un momentito que acabe de hablar tu hermano, y ahora nos cuentas eso que nos querías contar”.
Me diréis que conocéis a unos cuantos adultos que, al parecer, nunca recibieron esta lección infantil, porque interrumpen a troche y moche. Y seguramente esos adultos no os resultan particularmente simpáticos; las personas que nos interrumpen nos hacen sentir mal. Así que mostrar cómo se respeta el turno de palabra (y no solo de boquilla, ¡sino practicándolo con nuestro ejemplo!) es un gran favor que les hacemos a los más pequeños de cara a todas sus relaciones futuras.
Y que conste que, en otros contextos sociales e incluso profesionales también le será de gran utilidad para mejorar, tanto nuestra relación como su imagen personal, si se lo hacemos notar al amigo o amiga que, quizá sin darse cuenta, tiende a interrumpirnos.
5. Quinta y última fase. Vamos a por nota. A menudo, cuando otro miembro del grupo está hablando, a nosotros se nos ocurre una idea que nos viene a la mente –quizá porque las palabras que está diciendo nos han sugerido algo–, idea que nos gustaría compartir con los demás. Sin embargo, hay otra persona hablando en ese momento, y le corresponde su turno de habla. ¿Qué podemos hacer?
Todos conocemos a gente que, justo cuando alguien está hablando, tienen una ocurrencia e interrumpen para decir: “¡Oye! ¡Eso me recuerda cuando…!” y dejan a quien sea con la palabra en la boca. O sea: entran en la charla como un elefante en una cacharrería.
Vale la pena aprender y enseñar a guardar momentáneamente nuestra idea en nuestra mente para aportarla a la conversación un poco más tarde, cuando tengamos el turno de palabra. En un primer momento, los adultos podemos ser los “guardadores” provisionales del tema de los más pequeños. Así, por ejemplo, a la niña que en la fase anterior le pedimos por favor que esperara a que acabara su hermano, podemos preguntarle brevemente también “¿De qué nos querías hablar? “De una cosa que ha pasado en clase”. “Vale. Yo me acordaré, y cuando acabe tu hermano, nos lo cuentas”. Y en cuanto el hermano haya acabado su intervención, la invitamos a que intervenga: “Eva, venga ¿qué nos querías contar de la clase? Que queremos oírlo”.
Un poco más adelante, podemos brindarles ayuda, trucos, como, por ejemplo, que cada vez que se les ocurra algo que quieren compartir mientras habla otro, pongan su vaso en el centro de la mesa, a modo de recordatorio personal de “que no se me olvide decir esto más tarde”. La idea es ir aprendiendo a guardar provisionalmente en un estante de nuestra memoria el tema, la noticia, el chiste o lo que sea que nos ha venido a la cabeza, mientras llega el momento oportuno de poder hablar.
Pues ¡fin del juego… por el momento! Si habéis llegado hasta aquí, ¡enhorabuena!
Y no dudéis de que hay muchas fases más. Pero esa es una conversación que mantendremos otro día.