A los pacientes, seas podólogo, fisioterapeuta, médico o psicólogo, les gusta llamarte doctor. Les debe dar seguridad, al igual que les da seguridad ponerse una etiqueta. Después de la entrevista clínica, de recoger los síntomas, la historia y demás, lo primero que te preguntan es: “¿Qué tengo? ¿Es depresión, es un TOC, soy hipocondríaco?”. Las etiquetas nos clasifican, y en su versión positiva, nos permiten saber desde dónde arrancamos para establecer el tratamiento adecuado.
Pero las etiquetas, en su versión negativa, nos condicionan, y mucho.
Aunque tú no quieras etiquetar, muchos de los pacientes vienen ya rebotados de otros centros. O han estado antes con otros psiquiatras o psicólogos, y los que no, han investigado todos sus síntomas en internet y se han diagnosticado ellos mismos. “Es que mi otra psicóloga me dijo que yo tenía neurosis”. Válgame Dios, con semejante nombre es para volverse neurótico, si no lo eres.
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Así que lo primero que hago yo es defraudar a mis pacientes, porque no los clasifico. Suelo decirles que tienen lo que ellos me dicen que tienen. Es decir, una serie de síntomas que están torpedeando el funcionamiento natural de sus vidas, y que les impiden alcanzar el bienestar que necesitan. Y nada más.
Un porcentaje muy alto de la población, si no ha acudido al psicólogo, sí lo ha hecho a su médico de cabecera, quien le ha recetado ansiolíticos o antidepresivos. En España se ha triplicado el consumo de antidepresivos en 10 años, según los datos publicados por la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS).
Cerca de 2,8 millones de personas sufren depresión. Y el 40% de la población sufre ansiedad o depresión. Las cifras son altísimas. De alguna manera, estamos viviendo mal, dado que los dos trastornos son fruto, en gran parte, de nuestro estilo de vida. Lo que menos necesita una persona es estar clasificada por su estado psicológico. Solo nos lleva a sentirnos enfermos, dependientes, incapaces, nos genera incertidumbre (“¿estaré siempre así?”) y da un tinte de permanencia a nuestro estado psicológico.
La manera que tenemos de relacionarnos con nosotros mismos y las etiquetas que nos colgamos, nos sugestionan y nos llevan a comportarnos conforme a la visión que tenemos de nosotros mismos. ¿De verdad te ayuda saber que eres un ansioso o un depresivo? ¿No sería más útil pensar solo que tenemos síntomas ansiosos o síntomas depresivos? Cuando se tiene algo en lugar de cuando se es algo, le quitamos permanencia al mal momento. Tener es algo que uno puede dejar de tener. Pero dejar de ser es algo más complicado. No ningunees este matiz, porque las palabras tienen un efecto poderoso en nuestra forma de sentir y comportarnos.
Te animo a deshacerte de todas las etiquetas limitantes: ansioso, depresivo, perezoso, mandona, controladora, etc. No te ayudan a cambiar si lo que deseas es sentirte mejor. Para deshacerte de ellas puedes empezar por un acto simbólico, como escribirlas y meterlas en algún lugar de donde no puedas sacarlas más, como una hucha de esas que hay que romper para sacar el dinero. No creo que tengas ningún interés en pegarle un martillazo a un cerdito lleno de negatividad .
Otro consejo que puede ayudarte es reformular. Significa darle una forma distinta para definir tu estado. Cada vez que trates de hablarte en negativo, de decirte que eres un tal o pascual, cambia, da un giro a la historia. Eres el guionista de tu habla. Nadie la escribe por ti. Ahora parece automática, pero si tomas plena consciencia de cómo te expresas, también podrás introducir cambios que te hagan sentir mejor. “Seré un ansioso toda mi vida. Esta ansiedad me tendrá limitadas todas mis oportunidades”, puedes reformularlo por “tengo síntomas de ansiedad que ahora son incómodos y me están limitando, pero con un poco de terapia o de trabajo personal, con un poco de ayuda, seguro que empiezo a encontrarme mejor”.
No siempre uno es lo que desee ser, pero siempre, tenga uno la base genética que tenga, podemos hacer algo para sentirnos mejor. Nuestro cerebro tiene la capacidad de aprendizaje toda la vida. Tiene plasticidad. Puede crear nuevas conexiones. Puede aprender nuevas actividades que nos relajen, puede aprender a relacionarse con uno mismo en otros términos. Aprender otro ritmo de vida, bajar el nivel de exigencia… Se pueden realizar muchas acciones que regulan nuestras emociones. Tú, aunque estés desesperado, también puedes.