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Perder a un ser querido es desolador. Por mucho que uno trate de empatizar con quien sufre, hasta que no se vive la experiencia no se puede llegar a experimentar el alcance del desconsuelo, la soledad y la sensación de nunca más. Nunca más podrás hablar con esa persona, cogerle la mano, reír y llorar con ella, compartir un viaje, una comida, una reunión, un juego, un aprendizaje. Nunca más.
Para los creyentes, el consuelo está en el reencuentro en la otra vida. En que en el más allá nos encontraremos con los seres queridos. Igual en algún momento puede llegar a ser un alivio. Y de alguna manera esta reflexión nos ayuda a mantener vivo el recuerdo. Pero la necesidad del ahora, no la cubre.
El proceso de duelo es algo muy personal. Es el proceso de adaptación a una vida nueva sin la presencia de la persona que se ha ido. Y a pesar de que los manuales de psicología marcan unas pautas para diferenciar cuándo el duelo está fluyendo con normalidad y cuándo se considera patológico, sinceramente, no hay reglas universales para su correcta gestión.
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Muchas personas sienten tanta pena durante tantos meses que llegan a cuestionarse si lo están haciendo bien. En el duelo no hay cosas que se hagan bien ni cosas que se estén haciendo mal. No es el mejor momento para que uno se juzgue. Bastante tiene uno con lo que está atravesando.
El duelo tiene una serie de etapas que no todos viven de la misma manera. Conocerlas e identificarlas nos puede ayudar a relajarnos y sentir que vamos evolucionando.
Negación
En un principio nuestro esquema mental es incapaz de incorporar la idea de pérdida total, de pérdida para siempre. Así que negamos la situación. Verbalizamos que esto no nos puede estar pasando a nosotros. Ni siquiera queremos que nos hablen de la muerte del ser querido.
Rabia
Hay personas a las que les da por estar irascibles y se enfadan más de lo habitual en situaciones en las que en otro momento no se hubieran enfadado. Están muy sensibles a todo y todo les molesta. Evitan situaciones, personas, encuentros.
Esperanza
Seas o no seas creyente, nos gusta fantasear con la idea de que volveremos a estar junto a la persona querida.
Tristeza
Es la fase previa a la aceptación. Realmente tomamos conciencia de que la persona no está y de que ya no va a estar más. Sentimos pena, ganas de llorar, alteración del sueño, problemas de concentración. La persona y sus recuerdos ocupan nuestra atención. Y este sentimiento nos acompaña en paralelo todo el día. Puedes llevar una vida activa, atender tus responsabilidades, pero siempre con un trasfondo de pena y tristeza.
Aceptación
Aceptar significa que dejamos de enfadarnos con lo sucedido. Dejamos de buscar culpables. Conseguimos normalizar nuestra vida, y las sensaciones de desolación, soledad y ganas de llorar van atenuándose.
Si estás en cualquiera de estas fases, puedes seguir estos consejos. No son universales, pero pueden ser sanadores en muchos momentos.
- Acepta tu emoción; más que la pérdida, la emoción. No trates de forzar lo que no sientes. No te hagas el fuerte. Si te apetece llorar, llora. Si no te apetece salir, no salgas. Si te apetece hablar del tema, habla.
- Comparte con los demás cómo te sientes. No tienes por qué sobrellevar tú solo tu pena. Hablar no te devuelve a la persona, pero es muy consolador contar con el apoyo de los demás.
- Déjate abrazar. Un abrazo de más de 20 segundos libera oxitocina. Te hará sentir bien y querido.
- Habla con la persona querida. Solo cuando puedas y estés preparado. Hay tantas cosas que te gustaría seguir compartiendo, ¿verdad? No lo puedes hacer ahora con la persona presente, pero sí puedes entablar una relación en tu imaginación. Conoces tanto a la persona que seguro que eres capaz de visualizar qué te contestaría y cuál sería su expresión facial. Hablar solo no es de locos. Al contrario, es muy gratificante. Y, al fin y al cabo, no hablas solo. Te estás relacionando con la persona querida.
- Aprende a vivir sin lo que la persona representaba en tu vida. Muchas veces la pérdida de un familiar con el que convivíamos no solo supone la pérdida de la persona. También de la rutina de las actividades que la persona llevaba a cabo. Además de compartir amor, compartíamos la vida. Ocuparse de todo lo que realizaba la otra persona y que necesitas seguir realizando tú, puede provocar bloqueo. Tienes que aprender a tomar decisiones o resolver por tu cuenta esas actividades: cocinar, la gestión de la economía familiar, la organización de los viajes… Pide ayuda, pero en cuanto puedas, prueba a tener tú la iniciativa.
- Normalizar la vida. A pesar de que ahora parece imposible que uno vuelva a retomar actividades que antes se hacían en pareja o con tus padres, retomar lo que te hacía sentir bien con ellos puede ser un signo de respeto hacia la persona que se ha marchado. Seguro que ella estaría deseando que tú siguieras disfrutando de lo que compartías en común.
- Dejar fluir. Significa imprimir el ritmo que tú decidas a cada uno de estos pasos. Cada uno de nosotros tenemos un ritmo. Forzarlo no tiene sentido. Deja que fluya el dolor, la pena, las ganas de retomar actividades. Las personas que tienes alrededor quieren que estés bien. Por eso suelen tratar de forzar situaciones o actividades para las que tú consideras que aún no estás preparado. Pídeles tiempo.
El duelo es un proceso de adaptación doloroso y muy personal. No tengas expectativas. No esperes nada de ti. Trata de aceptar y fluir. Las emociones nos recuerdan que estamos vivos y también nos reflejan el valor y el amor que teníamos por la persona que se ha ido. Deja que tengan la presencia que deben tener. Huir del malestar es antinatural.