Respirar es un acto tan natural e involuntario que nunca pensamos en ello, lo damos por hecho. Los adultos respiramos alrededor de veinte mil veces al día y ni nos damos cuenta, pero la respiración es uno de los movimientos que más determinan nuestra calidad de vida.
Alejandra Vidal, autora del libro Respiración consciente, afirma que la mayor parte de nosotros usamos tan solo el 30% de nuestra capacidad respiratoria. “En vez de expandir y llenar nuestros pulmones de aire, lo hacemos de manera superficial”, explica. Como consecuencia, nos falta vitalidad, tenemos dolores de cabeza, ansiedad, estrés… pero, sobre todo, esta carencia de oxígeno provoca un funcionamiento pobre de todo el organismo”.
Saber respirar bien y convertirlo en una rutina conlleva muchos beneficios: “aumenta la capacidad de concentración y la autoconciencia física y mental, combate la ansiedad y ayuda a conseguir serenidad, equilibrio emocional y fortaleza física”, apunta Vidal en su libro.
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Entonces, ¿qué estoy haciendo mal?
Uno de los errores más comunes es inspirar por la boca cuando debemos hacerlo por la nariz porque las fosas nasales filtran las partículas tóxicas y calientan el aire para que se asimile mejor.
El problema principal de la mayoría es que no implicamos el diafragma en la respiración. En el método correcto, la inspiración empieza en la parte alta del pecho y termina en la parte baja de los pulmones, que mueven el diafragma al llenarse de aire. Para espirar, el recorrido se invierte. Si lo probáis, notaréis un proceso mucho más completo y que al principio os puede parecer exagerado, pero solo así estaréis aprovechando toda la capacidad que os dan vuestros pulmones.
Llegar a respirar así sin darnos cuenta requiere un tiempo de adaptación dado que estamos acostumbrados a un tipo de respiración marcada por un ritmo acelerado de vida y por el estrés. El padre del método más aceptado es el doctor Konstantin Buteyko, un médico ucraniano del siglo XX que insistía en la necesidad de reeducar la respiración. Ya en aquel entonces alertaba que la mayoría de la gente hiperventilaba al respirar, con movimientos torácicos demasiado bruscos y profundos.
Buteyko trazó el camino que conecta una mala respiración con determinadas enfermedades: según él, la hiperventilación causa una disminución del dióxido de carbono, provocando una contracción en los vasos sanguíneos y una falta de oxígeno en los tejidos. Los estudios más actualizados de hoy en día dan la razón a Buteyko y llegan a una conclusión importante: respirar bien nos hará pensar mejor.
El cerebro necesita tres veces más oxígeno que el resto del cuerpo, de modo que una buena respiración nos facilita la concentración. También el sistema nervioso se ve beneficiado, relajando los músculos y reduciendo la carga de trabajo del corazón al disminuir los niveles de ansiedad. Nuestros órganos digestivos funcionarán mejor con una mayor cantidad de oxígeno y nuestros riñones serán capaces de eliminar más toxinas. Y, aunque no lo parezca, nuestra piel también verá los beneficios de respirar mejor, volviéndose más suave y menos propensa a las arrugas.
Ante tantos beneficios, merece la pena tomarse unos segundos, coger aire y, sobretodo, aprender a gestionarlo.