Igual estás cansado de escuchar que ser positivo es tu mayor aliado. Que la positividad saca lo mejor de ti, te ayuda afrontar la vida con más confianza, fortalece tus vínculos sociales, permite ser más productivo o que incluso aleja la enfermedad. Tantas bondades se le han atribuido a la idea de ser positivo, que al final se ha banalizado o desvirtuado la idea del optimismo. Y no, por si tenías dudas, no hay una relación directa demostrada científicamente entre ser positivo y tener mejor salud física. Incluso se ha llegado a afirmar que si tienes cáncer, más te vale ser positivo para controlar positivamente, valga la redundancia, el pronóstico de tu enfermedad. Falso.
De hecho, mucha gente se siente responsable de sus desgracias en la vida, incluso de haber desarrollado cáncer, por no haber sido lo suficientemente positivas. Espero que una vez leas este artículo te quedes tranquilo pensando que ser positivo o estar positivo es un estado pasajero, vinculado a emociones positivas y momentos agradables, felices. Tienes derecho a estar triste si te dan una mala noticia, a estar enojado si discutes con alguien, a sentirte decepcionado si te han engañado o a estar nervioso si se retrasa un avión y tenías que llegar a un asunto importante. Tus emociones son válidas, todas. Otra cosa distinta es cómo respondes cuando te sientes esas emociones incómodas. Esa respuesta sí es algo que puedes manejar para llevarte mejor contigo mismo, con los demás y con la vida en general.
Yo, que tanto me gusta la mente y los pensamientos, prefiero hablar de “mente útil” en lugar de “mente positiva”. Igual la positividad vende más, pero hablar de la utilidad me parece más sensato, práctico y honesto. Yo definiría una mente útil como aquella que es capaz de focalizarse en el presente y hablarse de acuerdo con las necesidades de cada situación. Si una situación requiere calma, nos hablamos o resolveremos desde la calma. Si una situación requiere urgencia, necesitamos una mente rápida, fácil, resolutiva…
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¿Podemos educar a nuestra mente para tenerla de aliada y que nos ayude a sumar?
Hay veces en que la mente resta. Cuando te dice que no puedes, que no te saldrá bien, que podría ser peligroso a sabiendas de que no lo es… La mente trata de prevenirnos de lo que nosotros le advertimos que es peligroso. Ella no decide que volar es un riesgo de muerte, que hablar es lo peor que te puede pasar, que tus hijos serán unos desgraciados si no les va bien en la carrera o que tu pareja te dejará porque trabajas mucho y no le prestas la atención que tú crees que necesita. La mente solo responde con emociones como miedo, ansiedad, pena, frustración cuando nosotros le damos estos mensajes. Ella no adivina, solo siente en función de los mensajes que le damos.
Modificar nuestra forma de interpretarnos a nosotros y al entorno sí es posible. No para vivir en un mundo de color de rosa y fantasía. Solo para ser más objetivos, honestos y prácticos. No es nada práctico anticipar que tu charla en público será un desastre y que lo vas a pasar fatal, porque tu mente se lo creeré y pondrá todo el foco de atención en esos estímulos y datos que confirmen lo que tú anticipas. Así que manos a la obra. Veamos dos directrices puedes seguir para que tu mente sume en lugar de que reste. Es más sencillo de lo que imaginas.
Toma conciencia del vocabulario que utilizas
Palabras o expresiones como “rápido, venga, vamos, tenemos prisa”, “es muy complicado”, “no me siento seguro”, “no voy a poder”, “Dios, pero qué difícil es todo”, “¿para qué? Al final nunca me sale nada” … Todos estos mensajes son contaminadores y los parloteas cientos de veces a lo largo del día. Te propongo que cada vez que te pilles expresándote as´, utilices un traductor y conviertas ese pensamiento, palabra o expresión en un idioma más sereno o útil. Por ejemplo “podemos intentarlo”, “estoy preparado, qué menos que probar”, “vamos con la calma”, “despacio, vamos a llegar igual”, “¿y si fuera más sencillo de lo que me parece?”, “estoy genial, vamos a por ello”, “va, va, va… que sí que podemos”. Solo de pronunciar estas palabras o expresiones, cambian la confianza y el ánimo. Y lo importante es que conviertas esta opción, este idioma útil, en tu manera de expresarte contigo mismo. El derrotismo está bien para un rato, pero no te hará vibrar, ni confiar, ni ir a por ello.
Deja estar lo que no puedes controlar
Las personas con ansiedad habitualmente se dedican a anticipar, rumiar, juzgar y enredarse con preocupaciones que no están bajo su control. Se trata de temas relacionados con el futuro, sobre su pareja, hijos, enfermedades, posibles desgracias, errores y fracasos personales, a los que les dan vueltas, pero por los que nada pueden hacer en este momento. En este caso, se trata de dejar de parlotear con nuestra mente. Deja de enredarte, de hablar con ideas que ahora, hoy, no tienen solución por tu parte. Hay problemas que no necesitan soluciones, solo necesitan tempo. Darles vueltas no te convierte en una persona más responsable. Al revés, estás perdiendo tu energía en las preocupaciones equivocadas. Tú crees que darles vueltas te da seguridad, pero te genera ansiedad. Porque, aunque aparentemente creas que tienes bajo control algo por el solo hecho de pensar en ello, lo más probable es que la vida, la suerte o las circunstancias que sean hagan con ese problema lo que les convenga. Déjalo estar. Te propongo que, en lugar de hablar con tu mente, razonar, juzgar, simplemente le digas a tu mente algo así como “gracias mente, este asunto ahora no lo puedo resolver, ya si eso, hablamos dentro de un tiempo”. Y automáticamente vuelve a lo que estuvieras haciendo en ese momento. Es decir, lleva tu atención al presente. Eso es lo útil. Porque tu presente es el único lugar en el que puedes actuar, no en tu mente futura.
Tu forma de pensar e interpretar condiciona cómo te sientes y cómo actúas. Tenemos posibilidad de cambiar nuestras interpretaciones y nuestro vocabulario. Solo necesita un poquito de atención y entrenamiento.