El miedo es una reacción exagerada a una situación, persona, pensamiento o actividad que asociamos que es peligrosa para nosotros. Puede ser real o imaginario. El miedo es necesario, ya que supone poder protegernos ante la amenaza. ¿Pero son reales nuestras amenazas?
Antaño, hace diez mil años, lo fueron. Las fieras, las plantas venenosas, las lluvias torrenciales sin un hogar con calefacción en el que cobijarse. Nuestra respuesta de miedo nos ha permitido estar alerta ante todo lo que ponía en peligro nuestra supervivencia. Y gracias a esa respuesta de miedo hoy estamos aquí. Pero las circunstancias han cambiado. No tienes que temer a las fieras porque no se pasean por nuestras ciudades; no tienes que cazar porque el supermercado te lo ofrece todo empaquetado, etiquetado y hasta con fecha de caducidad para que no te pongas malo; no tienes que buscar una cueva desesperadamente ni matar animales para abrigarte con sus pieles, porque tienes calefacción, ropa de invierno y un caldito calentito que te sienta a gloria.
Y a pesar de todo, nos pasamos todo el día desencadenando la respuesta de miedo ante situaciones que no la merecen. Nuestros miedos nos limitan y nos impiden vivir oportunidades de éxito, conseguir a la persona amada, relacionarnos con naturalidad o mostrar lo buenos que somos en el trabajo.
Además del componente biológico, los miedos también surgen por la educación recibida: “No hagas alpinismo, que es peligroso”, “Ten cuidado con ese tipo de personas, que son muy traicioneras”. Otro motivo por el que sentimos miedo puede ser la vivencia de una experiencia traumática, como tener miedo a conducir después de haber sufrido un accidente.
Tenemos muchos miedos, tantos como gustos y colores: miedo a la pérdida, a equivocarse, a no encajar dentro del grupo y sentirte rechazado, a estar solo, a la enfermedad, a la muerte, a las tormentas, a conducir, a volar, a la sangre, a las arañas, a que te despidan del trabajo, a perder a la pareja, a que tus hijos enfermen… Pero a pesar de sus diferencias, existen unos consejos comunes para poder afrontarlos todos.
- Ojo con la evitación
Lo que evitas lo mantienes. Evitar una situación, como puede ser enfrentarte al malestar y miedo que te da un examen, puede provocar que el miedo sea cada vez mayor con cada nueva convocatoria. Necesitas elaborar un plan para poder enfrentarte a ella. Cada vez que evitas, tu cuerpo y tu mente sienten un profundo alivio, descansan y dejan de sufrir ante lo temido. Y esta emoción es muy reforzante. Simplemente te sientes bien frente a lo mal que te hubieras podido sentir si te hubieras presentado. El cerebro aprende que no presentarse o evitar tu miedo tiene premio: sentirte aliviado y a gusto. Pero esto no hace más que perpetuar tu problema. Porque tú lo evitas, pero la situación no desaparece. Cuanto más evitas y más huyes, mayor es la percepción de peligro.
- Exponte poco a poco
Si de verdad tu miedo es paralizante, si llevas varias convocatorias perdidas, si llevas años sin poder viajar a sitios que te fascinan por miedo a volar, si dejas de salir porque la gente te intimida, no quieras vencer tu miedo de golpe. Elabora una lista de situaciones relacionadas con el miedo que poco a poco te aproximen a él. En lugar de ir al examen que llevas evitando dos años, vete a tutoría con el profesor, dile que por favor te haga un simulacro, acércate al aula del examen días antes, simula exámenes con un profesor particular, etc.
- Practica técnicas de relajación, meditación, respiración
La respuesta de miedo, así como la de ansiedad, nos sobreactivan. Desencadenan la respuesta del sistema nervioso simpático: se nos acelera el pulso y la frecuencia cardíaca, sentimos que no tenemos aire para respirar, los músculos se tensan y empezamos a sudar como si estuviéramos corriendo una maratón.
La práctica regular de este tipo de técnicas consigue que gestiones la activación del sistema nervioso, regulan la amígdala y te permiten enfrentarte a tu miedo desde una emoción más serena.
- Trabaja la situación de miedo a través de técnicas de visualización
Una vez que aprendas a relajarte, puedes practicar la imaginación guiada con tu miedo. Solo tienes que sentarte cómodamente, respirar e imaginarte cómo te enfrentas a tu miedo desde la seguridad, desde la fortaleza y desde el optimismo. Imagina la situación todo lo real que puedas: el lugar, los olores, la temperatura, quién está presente, tu actuación, y poco a poco imagina cómo vas resolviendo de forma exitosa cada paso. Y sobre todo acuérdate de sentirte muy orgulloso cuando finalices tu intervención.
El cerebro acepta lo que imaginamos como si fuera real. Así que, para tu mente, imaginar es una experiencia de éxito más y te predispondrá a que todo salga del modo en que lo has visualizado.
- Quien canta, su mal espanta
Lo se trata es de quitar valor al miedo. El miedo es tremendo porque lo queremos ver tremendo. Un miedo solo es horrible cuando todos lo vemos horrible. Cuando no es así, tenemos que tratar de quitarle valor. Y el humor es un recurso vital. Cantar, hacer un microcuento, dibujarlo con cara de desgraciado, ponerlo en la pared y tirarle dardos, hablarle como si fuera un pez… cualquier técnica que te ayude a quitarle valor al miedo.
Los miedos son normales, pero no podemos dejar que tengan un poder que no tienen. Limitan nuestra vida y nos impiden disfrutar de muchas oportunidades. Hacerles frente es tu responsabilidad. Antes de que finalice este año, te animo a coger las riendas de tu miedo. No permitas que sea el protagonista de tu vida. Ese eres tú.